No sé por qué me ha entrado un terrible asco con la primavera, la vida, el amor, la reproducción.
Los peces de mi pecera tuvieron por primera vez hijos hace un par de meses y entendí que era un milagro conmovedor. Hace unos días, sin embargo, volvieron a parir y ya me parecieron una peste repugnante. No puedo explicar por qué, pero es una sensación parecida a la que da cuando se descubre de niño, que los padres tienen sexo.
Hay algo en mí de esa moral terrible que se horroriza con la sexualidad, aún tratándose de peces. Me pasó lo mismo hace muchos años cuando las palomas hacían nido en las jardineras de mi edificio. Tenía siempre la tentación de eliminarlas, de echarles agua hirviendo para que se murieran. Pero tampoco en ese tiempo supe por qué.
Todo esto me ha llevado a recordar un sentimiento similar que experimentaba cuando yo era objeto de deseo. De niña nunca lo pude tolerar. Por ejemplo, que un amigo anduviera detrás mío. Una vez llegué a cortarme el pelo, cortísimo como milico, para que dos vecinos insistentes entendieran que yo no era una niña bella. Y lo logré.
Más adelante fue lo mismo con los novios. Y aunque he accedido a todos los ritos amorosos, nunca he tolerado que me amen. No estoy preparada para ello y creo que nunca podré estarlo.
En eso me quedé pegada anoche, recordando con repugnancia las historias y los buenos amores que me quisieron. El amor me da nauseas y, aunque lo necesito, no puedo soportarlo, así como a la proliferación de peces y palomas.
Será por eso que me quedo a tu lado querido, porque no me Amas.