domingo, agosto 16, 2009

La tía Juana

Hay dolores que nunca pasan. Por eso la tía Juana cuando ya todos suponíamos que se estaba muriendo decía: ¡Cálmenme el alma!  
Me imagino que en su sueño soporoso veía la típica luz blanca al final del túnel y exclamaba ¡Qué rico! Podía ser también que le acabábamos de dar agua, pero yo estoy convencida de que esa expresión plácida era más por la divinidad que ella suponía la estaba viniendo a buscar. Lo extraño es que repentinamente le cambiaba el gesto, como si un espectro negro, con sombrero alón y a caballo le soplara la espalda. Entonces abría los ojos con espanto, se arrepentía de iniciar ese viaje y persistía en seguir viva. "¡Ay me duele!"-decía "¡Por qué! ¡Por qué! no lo logro entender"- se agitaba. Rodeando la cama, nos alarmábamos por ese quejido y porque no podíamos ayudarla. Le preguntábamos si sentía frío o algún tipo de dolor físico y ella decía que nada.
 
Sabíamos que no era eso. Ya lo había repetido varias veces: lo que le dolía era el alma, pero como en ese ámbito de cosas no aportaba nuestra asistencia, seguíamos dándole agua.
 
Hay dolores que no se superan, me decía también una amiga el otro día. Y tiene razón. Todavía yo, luego de más de una década de sucedidos ciertos hechos, abro la puerta a ciertos pasajes y tengo que respirar dentro de un cartucho para volver a tranquilizarme.
 
Uno sigue su vida pero en cualquier momento un golpe a los sentidos puede llevarte a recorrer las calles de la infancia, oler aromos, rosas, moras caídas en el suelo afuera de la iglesia Los Pasionistas, y se acaba todo.
 
A mí también me duele como a mi tía Juana. Por eso mi corazón es un terreno baldío. Nada que caiga en él sobrevive. Y aunque arme teorías de mi madurez psicológica, la única evolución que he experimentado es saber que negar es la única alternativa que a veces queda.
 
Yo supongo que a última hora, mi tía recordó que se pasó la vida negando. No le convino morir entonces, y dio más semanas de batalla aunque el cuerpo le siguiera diciendo a cada rato que no había forma de quedarse.
 
Tal vez ahora le duele menos.
Ahora sí que se está apagando.

martes, abril 07, 2009

inercia

No es que padezca de nada grave, pero debo reconocer que el mal que me aqueja se parece a la muerte. Atrapada entre los pliegues de la cama permanezco gran parte del tiempo.
 
Pensaba que durante la adolescencia debieron ser los cambios de la edad, esa depre media pose que tenía. Pero la tendencia a la inactividad fue ganando espacio. Los fines de semana soleados prefería bajar las persianas de mi dormitorio y cerrar los ojos bajo las sábanas. Sentía mi cuerpo largo,laxo, pesado. Los brazos me sobraban y un cáncer se apoderaba de mis pechos, la debilidad de las venas de mis muñecas, y la idea de que mi cuerpo no funcionaba.
 
Entonces optaba por perderme el transcurso del mundo allá afuera. Algunos creían que me había convertido en una floja, otros que era mi delgadez extrema; mi madre decía que estaba mal alimentada y oxigenada.
 
Yo pensé que con el tiempo me levantaría. Y supongo que lo hice, hasta hace poco tiempo que divisé mi boca pegada a la cama. Mientras sigo sin hacer nada enumero las cosas que me pierdo y las que dejo de hacer cada día.