jueves, diciembre 07, 2006

Soberbia


Nunca le pido nada a Dios, entre otras cosas, porque no me concede lo que le pido. Mas bien, yo no le concedo a él la posibilidad de hacer mis deseos realidad así gratuitamente, sin mérito alguno.
La verdad, no creo en dios, no le miro, ni le pienso desde mis tiempos de adolescencia.
Y tal vez sea esta cuota de soberbia la que me tiene exausta por estos días. Habiendo jugado tanta energía, estrategia y argumento, convencida de que las cosas cambiarían, como si de mérito se tratara, como si fuera -en palabras de mi amiga Mel- que la vida da cuando uno pide.

Pero aún estoy aquí en los mismos lugares, con los mismos sentimientos y pensando, ahora sí, en que lo que hago no basta, anhelando una ayudita externa de la suerte o algún santo. Estoy errando a pesar de mi esmero. Así que dios, si no vas colaborar, al menos mantente al lado del camino. Si cambias de parecer, entonces, dame un milagro para empezar otra vez.

viernes, noviembre 24, 2006

Tu tristeza, la mía


El otro día estuve cara a cara frente a tu tristeza. No pensé jamás que fuera capaz de recibirla, entre otras cosas, porque la tristeza es en sí un acto solitario.Uno puede "ayudar a sentir", como en los antiguos velorios a la viuda, o decirle a un amigo que ya pasará. Pero sólo logrará salir del paso, romper la incomodidad frente al dolor ajeno. Quienes han estado en ese transe saben que nada de lo que hay afuera calmará la pena, o la pérdida.

Pero el otro día yo estuve dentro de tu tristeza, la sentí en mis dedos, en mis huesos... y la quise.
Yo dije que uno vive la mitad de la vida echando a perder y la otra mitad reparando.
Tu terminaste "optimista reflexión" diciendo que como si fuera poco, un buen día uno se muere.
Claramente no se trataba de consuelo. Estábamos tu y yo frente a nuestra tristeza y no había necesidad de palabras alentadoras.

miércoles, noviembre 01, 2006

Odio I

Fui criada en la más rigurosa moral y por eso en mi vida nunca hubo permiso para odiar. Estaba prohibido -recuerdo- reírse del amigo que se caía o burlarse de la desgracia ajena. Era un mandato de rectitud, que al no ser cumplido traía la sanción más terrible: la reprobación en la mirada materna.
Fue bueno porque nos hizo personas bondadosas, solidarias, sin embargo, también nos alejó de la diversión liviana, del juego simple y cruel, amoral de la infancia. Todo se cargó con un peso y una densidad, a ratos insoportable para poder vivir la vida loca y superflua de todos los mortales. Nosotros éramos "niños morales", "niños justos", de esos que defendían al débil del curso y que se enfrentaban al vecino abusador. Por eso mismo, éramos "niños ofendidos", "niños graves", "niños que se tomaban la vida en serio".

Asumí tan épicamente el mandato que no me atreví a sentir rabia frente a quienes me hicieron daño.

Los años trajeron nuevas licencias y de adolescente me arrogué el derecho a despreciar. Pero mi desprecio y mi odio, hay que decir, nunca fue nada más que una niñería, una pose...hasta ahora que te he encontrado, así, sin más.

domingo, octubre 22, 2006

El asesino de cisnes




Para Deeply:
Los cisnes comprenden los signos
. Victor Hugo. (Les Misérables
)
www.relatosfranceses.com

A fuerza de consultar tomos de Historia Natural, nuestro ilustre amigo, el doctor Tribulat Bonhomet había terminado por aprender que «el cisne canta bien antes de morir». Efectivamente, —nos confesaba aún en fechas recientes— desde que la había escuchado, sólo esa música le ayudaba a soportar las decepciones de la vida, y cualquier otra ya no le parecía sino una cencerrada, puro «Wagner». ¿Cómo había conseguido esa alegría de aficionado? Así: En los alrededores de la antiquísima ciudad fortificada en la que vive, el práctico anciano había descubierto un buen día en un parque secular abandonado, a la sombra de grandes árboles, un viejo estanque sagrado, sobre el sombrío espejo del cual se deslizaban doce o quince apacibles aves; había estudiado meticulosamente los accesos, calculado las distancias, observado sobre todo al cisne negro, el vigilante, que dormía, perdido en un rayo de sol. Éste, permanecía todas las noches con los ojos bien abiertos con un guijarro en su largo pico rosa, y si la más mínima alarma le revelaba peligro para aquellos a quienes guardaba, con un movimiento del cuello, lanzaba bruscamente al agua el guijarro, en mitad del blanco círculo de los dormidos para que los despertara: al oír aquella señal, el grupo, guiado por su guardián, habría echado a correr en medio de la oscuridad hacia avenidas profundas, hacia lejanos céspedes, hacia alguna fuente en la que se reflejaban grises estatuas, o hacia cualquier otro refugio conocido por su memoria. Y Bonhomet los había contemplado largo rato en silencio, sonriéndoles incluso. ¿No era pues con su último canto con el que, como perfecto diletante, soñaba regalarse muy pronto los oídos?.A veces, pues, cuando sonaban las doce de alguna otoñal noche sin luna, fastidiado por el insomnio, Bonhomet se levantaba de repente y se vestía de forma especial para asistir al concierto que necesitaba volver a escuchar. Tras introducir sus piernas en descomunales botas de goma forradas que prolongaba, sin sutura, una ancha levita impermeable convenientemente forrada también, el huesudo y gigantesco doctor, introducía las manos en un par de guanteletes de acero blasonado provenientes de alguna armadura de la Edad Media (guanteletes de los que se había convertido en feliz propietario después de abonar treinta y ocho hermosas monedas —¡Una locura!— a un anticuario). Hecho esto, se ceñía su amplio sombrero moderno, apagaba la vela, descendía y, con la llave de su casa en el bolsillo, se encaminaba, a la burguesa, hacia la linde del parque abandonado. Enseguida, se introducía por oscuros senderos hacia el retiro de sus cantantes favoritos, hacia el estanque cuya agua poco profunda, y bien sondeada por todas partes, no le pasaba de la cintura. Y, bajo la bóveda de arboleda próxima a los aterrajes, ensordecía sus pasos al pisar ramas secas. Cuando llegaba al borde del estanque, lenta, muy lentamente —¡sin hacer ruido alguno!—, introducía una bota, luego la otra, y avanzaba dentro del agua con precauciones inauditas, tan inauditas que apenas se atrevía a respirar. Como el melómano ante la inminencia de la cavatina esperada. De tal manera que, para dar los veinte pasos que le separaban de sus queridos virtuosos, empleaba normalmente entre dos y dos horas y media, hasta tal extremo temía alarmar la sutil vigilancia del guardián negro. El soplo de los cielos sin estrellas agitaba lastimeramente las altas ramas en la oscuridad que rodeaba el estanque, pero Bonhomet, sin dejarse distraer por el misterioso susurro, seguía avanzando insensiblemente y tan bien que, hacia las tres de la madrugada, se encontraba, invisible, a medio paso del cisne negro, sin que éste hubiera percibido ni el más mínimo indicio de su presencia. Entonces, el buen doctor, sonriendo en la oscuridad, arañaba suave, muy suavemente, rozando apenas con la punta de su índice medieval, la superficie anulada del agua, delante del vigilante... Y arañaba con tal suavidad que éste, aunque algo sorprendido, no juzgaba esta vaga alarma como de una importancia digna de lanzar el guijarro. El cisne escuchaba. A la larga, cuando su instinto se percataba vagamente de la idea de peligro, su corazón, ¡oh! su pobre corazón ingenuo se ponía a latir horriblemente, lo que llenaba de júbilo a Bonhomet. Y los bellos cisnes, uno tras otro, perturbados por ese ruido en lo profundo de su sueño, sacaban ondulosamente la cabeza de debajo de sus pálidas alas plateadas y bajo el peso de la sombra de Bonhomet, entraban poco a poco en un estado de angustia, percibiendo no se sabe qué confusa consciencia del mortal peligro que los amenazaba. Pero, en su infinita delicadeza, sufrían en silencio como el vigilante, al no poder huir puesto que el guijarro no había sido lanzado. Y todos los corazones de aquellos blancos exiliados se ponían a dar latidos de sorda agonía, inteligibles y claros para el oído maravillado del excelente doctor que sabía muy bien lo que moralmente les producía su cercanía y se deleitaba, en pruritos incomparables, con la terrorífica sensación que su inmovilidad les hacía padecer.«¡Qué dulce resulta estimular a los artistas!» se decía en voz baja. Tres cuartos de hora, más o menos, duraba este éxtasis que no habría cambiado ni por un reino. ¡De repente, un rayo de la Estrella de la Mañana, deslizándose entre las ramas, iluminaba de improviso a Bonhomet, así como las aguas negras y los cisnes con ojos repletos de sueños! El vigilante, aterrorizado por aquella visión, arrojaba el guijarro... ¡Demasiado tarde!... Con un grito horrible en el que parecía desenmascararse su almibarada sonrisa, Bonhomet se precipitaba, con las garras en alto y los brazos tendidos, hacia las filas de las aves sagradas. Y eran rápidos los apretones de los dedos de acero de aquel paladín moderno, y los puros cuellos de nieve de dos o tres cantantes eran atravesados o rotos antes de que se produjera el vuelo radiante de los demás pájaros-poetas. Entonces, olvidándose del buen doctor, el alma de los cisnes moribundos se exhalaba en un canto de inmortal esperanza, de liberación y de amor, hacia los Cielos desconocidos. El racional doctor sonreía de este sentimentalismo del que, como serio conocedor, sólo se dignaba saborear una cosa: EL TIMBRE. No apreciaba musicalmente nada más que la singular suavidad del timbre de aquellas simbólicas voces, que vocalizaban la Muerte como una melodía. Con los ojos cerrados, Bonhomet aspiraba en su corazón las vibraciones armoniosas, luego, tambaleándose, como en un espasmo, iba a dejarse caer en la orilla del estanque, se tendía sobre la hierba, se acostaba boca arriba, dentro de sus ropas cálidas e impermeables. Y allí, aquel Mecenas de nuestra era, perdido en un torpor voluptuoso, volvía a saborear en lo más recóndito de su ser el recuerdo del canto delicioso —aunque viciado por una sublimidad según él pasada de moda— de sus queridos artistas. Y, reabsorbiendo su comatoso éxtasis, rumiaba así, a la burguesa, aquella exquisita impresión hasta el amanecer. Villiers de L'isle-Adam (1887).

sábado, octubre 21, 2006

He cambiado

Esta semana ha pasado algo verdaderamente importante para mí. He cambiado para siempre. Un hecho que yo traje a mi vida, seguramente para que me hiciera cambiar. Me siento aliviada y desapegada de todo lo bueno y lo malo que hasta ahora me ha acompañado.

He decidido dejar atrás mi antigua historia y ahora vivo el duelo por la pérdida de ese duelo.

Ayer lloré con congoja y no pude explicarle a mi madre que lloraba porque me despedía de la Fabiola antigua.

Luego de este suceso he quedado libre, pero antes de partir debo velar a todos mis fantasmas porque los quiero. Después de todo, extrañamos todo lo que desaparece de nuestras vidas aunque esto haya sido algo malo. Lo dijo mi sobrina de 6 años.
Y en eso estoy, con cierta sensación de vacío como luego de haber parido. He perdido algo, y aunque sé que es algo bueno, estoy un poco nerviosa porque hasta ahora nunca he vivido sin recoger cadáveres.

lunes, octubre 16, 2006

Su mala suerte mi desencanto

"Tengo la mala suerte de tener una madre que no cree en nada"- me dijo con tono frustrado y una mueca taimada en su boca. Me eché a reír con una risa nerviosa y autocondescendiente. Tiene diez años-pensé- está muy grande para creer que un ratón vendrá a llevarse su diente caído. Y en efecto, no era que ella creyera en ese cuento, se trataba mas bien de una solicitud para que yo, por alguna vez, jugara el juego.

Volvió a la carga, iracunda: "¡Nunca me has escondido los huevos de pascua, soy yo, la hija, quien tiene que pedirte que lo hagas!" "¡Tampoco hacemos nada por recoger dulces en Halloween, como los otros niños"- prosiguió.

Yo intenté contener mi nerviosa carcajada y reaccionar pero no pude. Tuve suerte porque no recordó que tampoco le di crédito al "Viejo Pascuero". ¡Qué madre le dice a su hija (desde que respira) que el viejo gordo de rojo no existe y que la Navidad es sólo para recibir regalos!

Debo dar gracias a que su necesidad de fantasía fue tanto más grande que la circunstancia y nunca pude convencerla de aquello, por lo menos hasta los 5 ó 6 años.

¿Debería disculparme con ella por tanto desencanto? o simplemente, perdonarme la precariedad de aquella época.

lunes, octubre 02, 2006

Soy una mujer de Flores


Los hombres modernos no regalan flores. Por eso, tuvo que venir mi padre a dármelas para que yo dejara de tener rencor por ese deseo insatisfecho.

viernes, septiembre 29, 2006

Dios!!


"Dios, ¿acaso te pedí, desde la arcilla, que me hicieras un Hombre?
¿Acaso te rogué, desde la oscuridad,
que me crearas?"
(J.Milton, El Paraíso Perdido, X 743-45)

jueves, septiembre 28, 2006

Hombre caído

Le dije que no me importa lo que pase en su vida y es porque, de verdad, no me importa.
Ha tenido el descaro de decirme que yo soy buena persona, honesta y leal, como si él tuviese el derecho de juzgarlo. ¡Pero son buenos calificativos mujer! Por qué te molesta!!!!

Porque simplemente, me molesta todo lo que de él sale, desde que desapareció hace 10 años.
Le expliqué también que no quiero enterarme de sus sentimientos por lo que viene para adelante, de lo que ha sufrido su familia con los cambios que nuestra presencia ha provocado. Yo no quiero ni imaginarlo, es lo más justo, así como yo nunca he tenido la falta de delicadeza de mostrarle mis cicatrices.

Lo que pasa es que es un hombre caído, como hay tantos. Como aquel que le pidió matrimonio a una amiga y a la semana se desdijo, afirmando que no la amaba.

Pero yo no quiero comprenderlo, no quiero hacerme cargo.

domingo, septiembre 24, 2006

No lo puedo tolerar

No sé por qué me ha entrado un terrible asco con la primavera, la vida, el amor, la reproducción.
Los peces de mi pecera tuvieron por primera vez hijos hace un par de meses y entendí que era un milagro conmovedor. Hace unos días, sin embargo, volvieron a parir y ya me parecieron una peste repugnante. No puedo explicar por qué, pero es una sensación parecida a la que da cuando se descubre de niño, que los padres tienen sexo.

Hay algo en mí de esa moral terrible que se horroriza con la sexualidad, aún tratándose de peces. Me pasó lo mismo hace muchos años cuando las palomas hacían nido en las jardineras de mi edificio. Tenía siempre la tentación de eliminarlas, de echarles agua hirviendo para que se murieran. Pero tampoco en ese tiempo supe por qué.
Todo esto me ha llevado a recordar un sentimiento similar que experimentaba cuando yo era objeto de deseo. De niña nunca lo pude tolerar. Por ejemplo, que un amigo anduviera detrás mío. Una vez llegué a cortarme el pelo, cortísimo como milico, para que dos vecinos insistentes entendieran que yo no era una niña bella. Y lo logré.

Más adelante fue lo mismo con los novios. Y aunque he accedido a todos los ritos amorosos, nunca he tolerado que me amen. No estoy preparada para ello y creo que nunca podré estarlo.
En eso me quedé pegada anoche, recordando con repugnancia las historias y los buenos amores que me quisieron. El amor me da nauseas y, aunque lo necesito, no puedo soportarlo, así como a la proliferación de peces y palomas.

Será por eso que me quedo a tu lado querido, porque no me Amas.

viernes, septiembre 22, 2006

Caducamos

Las amistades deberían acabarse así como un contrato cualquiera que caduca al no renovarse. Decir: "Hasta luego señores, fue un gusto verlos por aquí en esta temporada, ya no tenemos asuntos pendientes". Porque eso de alargar las cosas innecesariamente debería ya bastarnos en las relaciones de pareja. Porque un amigo, básicamente tiene un fin utilitario, aunque no queramos reconocerlo. Y no es nada para alarmarse porque es un convenio mutuo.
Extraño alguna gente de mi pasado pero en verdad lo que a mí me pasa es que necesito nuevos contratos.
Soy básicamente una desagradecida y no me da vergüenza decirlo. Estimados señores y señoras, yo también os he acompañado en sus pesares, también he servido a sus soledades cuando han estado a la espera de relaciones y actividades más fructíferas. Déjenme decirles entonces, que ya no los quiero, que caducó nuestro tiempo, que seguro nos veremos más adelante, pero que por ahora, lo único que nos cabe es una sincera despedida.

jueves, septiembre 14, 2006

Aroma

Recuerdo complejo: el aroma a tierra mojada, a cemento mojado, mientras la madre con su vestido de primavera riega las plantas. Mi súplica para que moje el muro que da al jardín y mi boca, mi nariz infantil tratando de comer, lamer, mascar ese cemento terroso, como si fuera la única forma de absorverlo todo...

Están todos afuera buscándome

Por las noches, la familia se agrupaba en torno a una fogata en la playa, dando la espalda a una especie de campamento gitano que se armaba en los veranos. Ahí comenzaba el espectáculo. Las tías y los tíos celebraban las gracias de las primas, que por cierto, yo consideraba des-agraciadas. Cantaban con la falta de pudor que caracteriza a los desafinados y reafirmaban en el aplauso colectivo la percepción de un talento que no poseían.

Yo las miraba con piedad, pero más adelante supe que con rabia. A los 7 años yo tocaba la guitarra que mi madre me había enseñado y jugaba con mi padre a identificar los instrumentos musicales en las canciones. Fue el único talento que recuerdo vieron en mi por esa época y justamente el que me decidí a jamás mostrar. Por eso en aquellas alborotadas fiestas nunca cedí a la petición del público, jamás canté para ellos y no sé por qué si siempre quise hacerlo. Evento tras evento pedían la aparición de mi faceta artística y yo me negué hasta que se cansaron.

Dijeron que yo era "especial" como mi padre, lo que aseguro no era ningún cumplido.

Alguien debió haber visto lo que pasaba y adelantarse al hecho que esa experiencia me acompañaría toda la vida. Suelo decir que estoy sola, pero en principio todos estaban afuera buscándome.

sábado, septiembre 02, 2006

They're all out to get you

I'm so alone tonight
My bed feels larger than when I was small
Lost in memories
Lost in all the sheets and old pillows
So alone tonight
Miss you more than I will let you know
Miss the outline of your back
Miss you breathing down my neck
They're all out to get you
Once again they are all out to get you
Once again

Insecure, what you gonna do
Feel so small they could step on you
Called you up, answering machine
When the human touch
Is what is need
What I need (X4)
Is you
I need you


Looked in the mirror, I don't know who I am anymore
The face is familiar
But the eyes, the eyes give it all away
They're all out to get you
Once again they're all out to get you
Here they come again (X8)
Insecure what you gonna do
Feel so small they could step on you
Called you up, answering machine
When the human touch
Is what I need
What I need (X8)
Is you (X6)
If you let me breathe (X5)
They're all out to get you
Once again
To get you
Once again