domingo, septiembre 23, 2007

Ladrones de fotografías


Ayer me encontré con el álbum familiar, uno de tapas con flores amarillas y moradas, de tela gruesa y áspera que siempre estuvo en el closet de la casa, en un lugar de exclusivo acceso de la madre.

Sería una mentira si dijera que me sorprendió ver espacios vacíos entre las páginas amarillentas de pegamento. Faltaban emblemáticas fotos de nuestra historia, lo sé aunque ya no recuerdo cuáles.

Somos todos unos rufianes huidos del nido, ladrones de aquellas imágenes que, según evaluamos desde lo individual, nos pertenecen. Yo por ejemplo, soy consciente de mi pecado. Un día regalé una foto en la que mi hermano Alberto aparece disfrazado de ciempiés y yo de doncella. Teníamos 5 y 6 años. No tuve piedad del patrimonio familiar, ni sentí una pizca de vergüenza al entregársela a alguien que seguramente hoy ya no le da ningún valor. Hoy me arrepiento
Mi hermano más grande se llevó un álbum entero con fotos de él. No sé por qué tuvo ese privilegio; siempre se supo que era suyo y es el único que guarda recuerdos desde que nació. Pero a mí me parece que es de todos.
Dispersas las fotografías familiares, tanto como nuestras vidas. Ver el álbum así me pareció por primera vez un sacrilegio, una falta de respeto, de mínima consideración hacia nuestro origen.

Entendí por fin la actitud de mi madre que desde hace algunos años ha venido recolectando fotos, incluyendo en ese ejercicio, otras tantas imágenes que no le pertenecen. Ahí hemos desatado una guerra entre su afán y mi necesidad de recuperar lo que ella me ha tomado. Es un duelo no declarado. Ella dice: "Fabiola, has visto las fotos que tenía guardadas en una bolsa, es que me faltan montones". Yo niego mi participación en los hechos y vigilo el escondite en que he puesto las fotografías usurpadas.

Mi madre, que se esmera por juntar los retazos.
Nosotros que rompimos nuestro álbum.
Después de repasar hoja por hoja llamé a mis hermanos.
En la noche pensé que moriría y que yo me había despedido, como suele hacerse en estos casos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todas las familias roban, hurtan, con profundo amor, pero lo hacen. El tejido familiar sobre el que descansas y en el que te refugias, no es otra cosa que la urdidumbre sin fin de las huellas, de los rastros de los robos infinitos, realizados de puntillas en la noche, mientras duermes, confiando en la seguridad inviolable del lar familiar. Y como siempre, todo en nombre del amor.
Creo haber robado una sola foto del fondo de tesoro familiar. Una foto de mí mismo, con ojos profundos de niño, perdido en el fondo de enredadera. Lo hice para entender, que en el fondo que me pierde en la fotografía actual, todavía existe ese niño. Como siempre, todo en nombre del amor.

nadie dijo...

voy a contar una intimidad un poco horrible, pero que de alguna manera me parece necesaria: había una foto mía, grande, en el pasillo de la casa de mis padres. Una vez, cuando yo tenía algo más de veinte años y todavía vivía con ellos, mi papá enojado conmigo, la rompió y la botó a la basura: así era como me sentía yo respecto a él.