miércoles, noviembre 01, 2006

Odio I

Fui criada en la más rigurosa moral y por eso en mi vida nunca hubo permiso para odiar. Estaba prohibido -recuerdo- reírse del amigo que se caía o burlarse de la desgracia ajena. Era un mandato de rectitud, que al no ser cumplido traía la sanción más terrible: la reprobación en la mirada materna.
Fue bueno porque nos hizo personas bondadosas, solidarias, sin embargo, también nos alejó de la diversión liviana, del juego simple y cruel, amoral de la infancia. Todo se cargó con un peso y una densidad, a ratos insoportable para poder vivir la vida loca y superflua de todos los mortales. Nosotros éramos "niños morales", "niños justos", de esos que defendían al débil del curso y que se enfrentaban al vecino abusador. Por eso mismo, éramos "niños ofendidos", "niños graves", "niños que se tomaban la vida en serio".

Asumí tan épicamente el mandato que no me atreví a sentir rabia frente a quienes me hicieron daño.

Los años trajeron nuevas licencias y de adolescente me arrogué el derecho a despreciar. Pero mi desprecio y mi odio, hay que decir, nunca fue nada más que una niñería, una pose...hasta ahora que te he encontrado, así, sin más.

2 comentarios:

nadie dijo...

la rigurosa moral que debemos agradecer, por -de nuevo- una rigurosa moral, la mayor parte de las veces nos lleva al silencio de nuestras emociones y a la distancia de uno mismo. la profundidad de lo que aquí dices y esto, este encuentro con una emoción propia, el odio pero también la rabia frente a los que te dañaron, es como una caricia en una herida vieja. como cuando se contruye uno la piel y dibuja bien en negro el contorno y empiezan a aparecer las emociones una a una con un valor inmenso, sólo por ser propias, solamente.
Es tan profundo que conmueve.
Saludos

Fazdelatierra dijo...

Guau, que bella figura y que certera "una caricia en una herida vieja". Es así tal cual lo describes. Que alivio no ser tan buena, ni tan como uno cree que es.
Gracias.